A QUIEN ME LA SALVÓ

Querida Vida:

¿Crees que nunca es tarde para dar las gracias? Yo pienso que ni por aquellas cosas que nos parecen exentas de un gracias deben esperar eternamente. O antes o después, hay que darlas.
Hace unos días me sucedió algo realmente increíble. Siempre te he contado que en esta vida que vivimos las dos juntas, las conexiones son lo que ha movido nuestro mundo día a día. Pues volvió a suceder. Volvió a suceder esa anécdota que te hace pensar en que nada es casualidad.
Como ya sabes, aunque mi salud ya es de hierro, tengo que acudir a las revisiones anuales “de lo mío”. Me encanta cuando digo a mis íntimos –Mañana tengo que ir al hospital y me preguntan: – ¿A qué? ¿a lo tuyo? Hemos generado un código que sólo nosotros conocemos y que me parece especial independientemente que recuerde a tiempos pasados difíciles.

Bueno, pues acudí al hospital “a lo mío”. Con el volante en la mano y 10 páginas leídas del libro que llevaba para esperar cómodamente 20 minutos a que me tocara, fui al mostrador para que me dieran cita para una prueba que estimaba que me darían mínimo para dentro de 6 meses. Tras unos minutos en silencio viendo teclear a una señora con mirada de “no me ha ocurrido nada interesante en mi vida desde 1991”, me dice: -¿esta tarde puedes venir a la prueba? Tardé en reaccionar ante tal milagro y respondí un rotundo sí.
Cuando me devolvió mis documentos, salí incrédula hacia las escaleras porque tenía que bajar a otra planta para pedir cita en la consulta de la doctora de oncología radioterápica, la cual me tiene en seguimiento desde hace ya 12 años.
Esperé de nuevo mi turno y cuando me acerqué a la ventanilla de secretaría pedí la cita. Las dos personas que estaban allí, se miraron entre sí y con voz temblorosa me contestó una de ellas:
–No, esta doctora ya no te puede ver, tu historial pasa a la Dra. Muñoz.
-¿Por qué no? Pregunté.
-Es que la doctora ya no tiene agenda.
-La última vez que estuve me dijo que no tiene ya tantos casos pero que cuando viniera dijera que me viera ella, exclusivamente ella.
-Ya, pero las cosas han cambiado. Ella ya no atiende a pacientes. Te doy cita para la otra doctora que va a hacerte el seguimiento igual de bien.

Asentí con la cabeza y cogí el papel. Para mi fue como un jarro de agua fría. Puede parecer algo estrambótico decir que te gusta ir al hospital a ver a una doctora, pero en cierto modo es lo que siento. Nunca ha habido un trato de apego mayor que el de profesionalidad absoluta doctora-paciente pero es indescriptible la unión que se genera con una persona desconocida que al haber combinado a la perfección unos procesos de tratamiento, así, sin más, te salvó la vida cuando tenías 17 años.
Me quedé paralizada. Me pregunté ¿qué pasa? ¿qué le habrá ocurrido? Hice memoria y me acordé de que la última vez que estuve con ella, su movilidad era más reducida, como si hubiera tenido un accidente, pero no le di importancia porque su mente tan metódica seguía tan avanzada como siempre así como su letra tan preciosa.
Le di vueltas a la cabeza sobre cómo podría contactar con ella o a quién preguntar qué estaba pasando. Tenía una gran curiosidad y sobre todo pena porque si ya no la iba a volver a ver más, al menos tenía que darle las gracias. Las gracias de verdad. Todas las enfermeras que por aquel entonces me atendían en esa planta o bien habían sido despedidas o recolocadas en otros departamentos por lo que tampoco podía abrir vías de contacto por ahí.

Me fui muy revuelta y no paraba de venirme a la cabeza el asunto.

Por la tarde, regresé al hospital para hacerme la prueba a la que milagrosamente me habían citado en ese mismo día.
Llegué a un pasillo remodelado y como el procedimiento de atención al paciente había cambiado, pregunté a una enfermera que por allí pasaba para que me dijera dónde tenía que esperar. Ella amablemente me indicó un lugar, erróneo, pero me lo indicó. Yo la creí y me senté a esperar con mi libro en mis manos.

Cuando pasaron 10 minutos, escuché una voz muy conocida decir:
-¡Elena! ¿Qué haces ahí si la prueba te la tenemos que hacer en el otro pasillo? ¡Siempre igual de anárquica!
Cuando levanté mi cabeza enfrascada en los cuentos de “Amantes y Enemigos” de Rosa Montero, vi a Mar y se me calló el libro a los pies. No me lo podía creer. Mar era la enfermera que durante 6 meses me acompañaba a meterme en el tubo del infierno: el aparato de radioterapia que incendiaba toda célula malvada que pudiera contratacar y recolonizar su imperio del tumor que había habitado en mi garganta. Era la enfermera que trabaja codo con codo ¡con mi doctora! Recuerdo perfectamente las conversaciones absurdas que teníamos cuando me acompañaba. Me hacia reí en un momento así, era mi ángel de la guarda. Mientras yo estaba en el tubo del infierno, daba conversación a mi madre, a la que animaba y la sacaba sonrisas aún estando muerta de miedo. Cuando hace 2 años me dijo que la cambiaban de planta y la trasladaban a quirófanos, me despedí de ella entre lágrimas agradeciéndola todo el cariño que me había transmitido desde el inicio de todo. Me quedé plena al darle las gracias, un gracias que no había podido decir a la persona que ideó todo para la curación.

Me levanté de un salto, fui rápido y la di un abrazo. La conté todo lo que me había sucedido ese día y ella me contó que estaba de guardia y que la habían puesto en esa prueba de casualidad ese día. De hecho, al ver mi nombre y apellidos en la lista, pidió al especialista que me pasara ella para poder hablar conmigo. Todo esto me parecía increíble y fascinante. Un mundo de casualidades que conducían hacia respuestas ante el enigma sobre mi doctora.
Cuando me tumbé en la camilla para que procedieran con la prueba, no pude aguantar más:
-Mar, la última vez vi a la doctora moviéndose con dificultad y ahora me han dicho que no puede atender pacientes. Sé que será íntimo y que no me incumbe, pero de verdad, si la ha pasado algo…quiero saberlo.
-Meses antes de que la vieras la última vez, se diagnosticó ella misma una enfermedad degenerativa Elena…
-Pero…¿y ahora?¿ella está bien?¿está de baja? Ay Mar…¡no me lo puedo creer!¡Joder! ¡Vaya racha!
-Ella está luchando contra la enfermedad pero ya sabes, es degenerativa. Tiene afectadas las piernas y por eso la cuesta caminar. De cabeza, sigue siendo tremenda y como es así de cabezona, sigue viniendo al hospital incluso en tren cuando su marido no puede traerla.
-Siempre ha sido una luchadora. Siempre demostró ser una mujer muy fuerte y muy profesional. No me extraña nada lo que me dices. Sé que sus ganas las van a hacer llevar este proceso mejor.
-Sí, así es. Ella no pasa consulta, está ahora en jefatura pero quiere verte. El día que vayas, pide en secretaría que te vea. En cuanto oiga tu nombre y apellidos sabrá quien eres.
-Se acuerda de mi porque tengo un apellido raro…
-No sólo por eso. La doctora no sobrepasa la línea del apego con los pacientes porque…¡imagínate! Si se encariñara con todos los que pasan, podría volverse loca. Lo que sí es cierto es que tu caso lo llevó con mucho cariño. Por tu edad, por tu debilidad, por la unión con tu madre… Siempre me ha hablado de ti con magia y cuando te dio el alta, tuvo un día especialmente alegre porque te habías curado definitivamente. Ella lo celebró.
Se me caían las lágrimas al escuchar a Mar. Cuando terminaron la prueba, me despedí de ella con un gran abrazo y me fui con el corazón en un puño. Tenía información personal e íntima de una persona a la que quería al menos transmitirla fuerza y no sabía cómo.

Me encantaría decir a la doctora que cuando la vi por primera vez, me pareció tan seria y a la vez tan cercana que no dudé ni un segundo en que no me dejaría sufrir en el momento en el que se torciera el tratamiento. Ver cómo escribía todos los procedimientos en los informes y en las recetas me relajaba. Sus letras redondas y absolutamente legibles, siendo raro en medicina, me ensimismaban. Me exploraba con toda la delicadeza del mundo y su mirada me transmitía la fuerza justa para aguantar sesión tras sesión.
Cuando todo pasó y sólo acudía a las revisiones, la observaba cuando se movía por los pasillos hablando con enfermeros y otros doctores. ¡Qué carisma y profesionalidad! Hablaba con tal seguridad que se hacia notar allí donde pasaba a pesar de ser tan chiquitilla.
Me encantaría decir a la doctora que fue un regalo que fuera mi doctora. Fue un regalo ponerme en sus manos para curar lo que había en mi interior.
Me encantaría decir a la doctora que en la próxima consulta me gustaría pasar a saludarla.
De hecho, aprovecho para decirte, Sonsoles, que ya que has leído esta carta y que ya hemos tenido contacto, que no sé cómo agradecerte, que fueras mi regalo en esos momentos tan duros. Gracias. Si fuiste así de fuerte curando a los demás, lo serás con más tesón contigo misma. Hazlo en honor a tu trabajo. Hazlo en honor a tu familia. Hazlo en honor a pacientes como yo. No pares de luchar.

Ánimo.

Dedicado a S.S, Oncóloga Radioterápica.

E.SH