Las dos Torr(entes)

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Me asomo a la ventana y no es la chica de ayer.
Llevo veinte años para comprender que te marchaste lejos, que solo querías jugar.
Los dados no me encantan. Me aterran sus vértices, pero más miedo me da cortarme con tu azar. Las flores de azahar se congregan frente a tu casa formando una H muda que únicamente es capaz de gritar por encima de mi silencio.
Cuando te alejas, a pasos agigantados, me recuerdas que el honor de ser pequeño se alcanzaba en encontrar tus recovecos. Allí donde hay eco, lugar de sueños y complejos.
Complejamente acomplejado, plegado entre tugurios, engañado y apagado.
Fuera de cobertura, de campo, de escena, y de contexto.

Pero sin texto.

Descontextualizar y sexualizar.

Esa no es la escuela. El amor romántico se lo dejo a aquellos de los áticos. Tus flores me dan alergia, sinergia de tristezas y avaricias permitidas sin control, con espinas encaramadas en las puntas de tus dedos. Más tóxicas que tú.
Y para enfermos, tus “te quiero”
Al fin y al cabo, poco te separa de un “te hiero” por la espalda. En falda, si hace falta.
Pasamos tanto tiempo a la sombra del mal árbol por no querer avanzar hasta el mar con miedo a abrasarnos, que desde tu alféizar compruebo lo mucho que me desvías del tema principal.
Algún día preguntarán qué hacías con las flores. Me sigo preguntando, de vez en cuando, si serás capaz de recordar que las cuerdas (que tú misma das) no te sirven para alcanzar aquello que dejaste caer entre grifos de alquitrán.

Me destrozará. Me destrozarán. Me destrozar(ás).

Relato de Sergio Stendhal ilustrado por Elena Sinache.